Espontaneísmo y devaluación de la teoría revolucionaria: la LOD como forma consciente de liquidacionismo contra el Movimiento por la Reconstitución*

“La lucha de los marxistas contra los liquidadores no es sino la expresión de la lucha de los obreros avanzados contra los burgueses liberales por la influencia en las masas populares, por la ilustración y la educación política de estas últimas.”

Lenin, Cuestiones en litigio.

Ante el surgimiento de una “nueva” Línea Oportunista de Derecha (LOD) surgida de las filas de la vanguardia marxista-leninista en el Estado español desde hace dos años, creemos necesario expresar nuestra particular valoración de lo que hasta hoy ha representado en México el despliegue de los principios y tareas que exige la Línea de Reconstitución, mismas que la LOD ha decidido conscientemente rechazar, rompiendo intencionalmente todo fundamento con el marxismo-leninismo al sostener la necesidad de “buscar enemigos concretos para espolear el trabajo ideológico”; tesis que rechaza la independencia del proletariado como clase, y actualmente a su vanguardia, y niega el Balance del Ciclo de Octubre como la tarea fundamental de nuestro tiempo.

Esta exposición sobre lo que, desde nuestra experiencia, ha representado la LR en el incipiente movimiento revolucionario mexicano, no pretende ser un resumen anecdótico, sino comprenderlo como complejo de relaciones sociales, como realidad material en movimiento. Y lo creemos totalmente necesario, pues si algo nos ha enseñado la LOD es justamente su posición conservadora en torno a la realidad material que dice problematizar obviando de facto los cuestionamientos a esa realidad material en movimiento y sustituyéndolo por una teoría conspirativa, expresión vulgar de la crítica subjetiva, donde el origen de todos los problemas se encuentra, falazmente, en el Comité por la Reconstitución (CxR).

Hacia el año 2012, en México comienzan a desarrollarse espontáneamente masivas movilizaciones en contra del gobierno federal encabezado por una cúpula tecnocrática que, mediante agresivos ajustes económicos y una dura represión contra las voces disidentes del movimiento espontáneo de masas, depauperó al grueso del proletariado, arruinando con ello también a la aristocracia obrera y a las burocracias sindicales. Durante décadas, el movimiento corporativo sindical obrero vivió a expensas de los gobiernos del llamado “nacionalismo revolucionario” que, representado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), durante más de setenta años conservó la hegemonía en el aparato de gobierno. Sin embargo, ante el ascenso de gobiernos de corte monetarista, en los años ochenta, el sindicalismo y la aristocracia obrera perdieron paulatinamente sus canonjías y el Estado les declaró una guerra de exterminio que, si bien no los aniquiló, sí los dejó en condiciones de ruina política.

En este contexto, muy pocas organizaciones con reivindicaciones comunistas eran visibles en el sistema político mexicano, pues desde la liquidación del histórico Partido Comunista Mexicano – fundado en 1919, liquidado de facto en 1977 y formalizada su disolución cuatro años después– la tradición comunista nunca pudo reconstituirse y mucho menos tuvo alguna incidencia real en la vida política. Algunas organizaciones marginales –muchas de ellas remanentes de la generación guerrillera de los años setenta, exterminada por el Estado a finales de la década siguiente– tenían alguna voz que rápidamente fue acallada mediante represión. Otras pocas organizaciones autodenominadas comunistas o marxistas-leninistas adoptaron un modus vivendi que no les enfrentaba al Estado, sino más bien dependían de él a través de dádivas y peticiones que les permitió desarrollar una política clientelar con beneficios para sus cúpulas en detrimento de las “masas” por las que decían luchar. Así, durante los años ochenta y noventa crecieron organizaciones que de manera aberrante se presumían marxistas-leninistas o revolucionarias, pero en los hechos dependían económica y políticamente de la burguesía a través de las políticas asistencialistas del Estado, de las que ellos eran directamente beneficiarios. Una época de absoluto abandono y desesperanza en el movimiento obrero; el revisionismo también padeció una reducción en sus prebendas y sufrieron un incremento represivo.

Así, sin horizonte revolucionario comunista alguno, 2012 marcó el surgimiento de un movimiento espontáneo juvenil burgués que, cansado de gobiernos de ajuste económico y precariedad laboral, salió a las calles a manifestarse contra el gobierno en turno. Este movimiento, estimulado por la socialdemocracia electoral, se hizo llamar “#YoSoy132” y rápidamente tuvo una amplia recepción en el sector estudiantil en todo México. Las demandas de este movimiento eran pueriles y se circunscribían a exigir una “apertura” en los medios masivos de comunicación, procurando siempre mostrarse ajenos a planteamientos políticos o ideológicos. La simpatía que generó en la población fue amplia y los jóvenes se incorporaron masivamente a sus marchas, manifestaciones y asambleas.

A pesar de que los dirigentes de este movimiento –que sostenían no tener– se empeñaban en limitarlo a los estudiantes universitarios principalmente y trataban de “no politizarlo”, en su interior surgieron voces que cuestionaron su carácter “apolítico” y su “programa mediático de lucha”. Algunos de estos críticos sostenían que era necesario dotar al movimiento de un “carácter popular”, incorporando a todos los segmentos de la población a través de asambleas populares que “direccionaran un proceso revolucionario de gran escala”, fuera de los partidos políticos burgueses y del sistema electoral. En este grupo que impulsaba las asambleas populares se encontraban simpatizantes del marxismo revolucionario, pero también segmentos de anarquistas y socialdemócratas. Pronto el movimiento se dividió en dos polos: por un lado los estudiantes de las universidades, fundamentalmente privadas, que rechazaban tajantemente ampliar su convocatoria al “pueblo en general”; por el otro lado estaban los grupos que aspiraban a hacer del movimiento una expresión de las clases populares. No había programas políticos claros, ni definición ideológica y mucho menos una línea de masas definida. Era el furor del espontaneísmo total, ni argumentos estratégicos o tácticos, sólo un voluntarismo fútil imposibilitado a trascender en dirección alguna.

En esta confrontación de bandos, un grupo de jóvenes de diferentes escuelas y colonias populares del oriente del Valle de México se aglutinaron dando vida a lo que denominaron “Frente Oriente del #YoSoy132” y, sin una idea clara, se internaron en las colonias más precarias de la zona a formar asambleas populares. Un grupo de militantes no organizados formalmente que se reivindicaban comunistas y que habían participado en anteriores experiencias de lucha –incluso algunos en la lucha armada en organizaciones clandestinas que aún subsistían durante esa época– comenzaron a acercarse a ese bloque con la intención de incidir en su desarrollo y en el despliegue de su lucha. Junto a estos militantes comunistas, también se acercaron a dicho Frente miembros de organizaciones anarquistas, feministas, animalistas y elementos tanto del Partido Comunista de México (Marxista-Leninista) como del actual Partido Comunista de México, entre otros.

El furor del #YoSoy132 terminó rápido así como sus movilizaciones y protagonismo; pero el bloque Frente Oriente del #YoSoy132 apenas estaba naciendo. Este bloque comenzó a impulsar asambleas populares en varias partes de la Ciudad de México. Sin embargo, la falta de claridad ideológica y política llevó al estancamiento este proceso asambleario y comenzaron a mostrarse contradicciones entre sus integrantes. Se desató una fuerte lucha a interior del bloque con finalidad de hegemonizar las asambleas populares. Los primeros expulsados fueron los grupos anarquistas, feministas y demás elementos burgueses. Posteriormente, el enfrentamiento más fuerte se desarrolló entre el grupo de militantes comunistas y los militantes del PCM(ML).

El PCM(ML) buscaba incorporar a las asambleas populares a su estructura clientelar denominada Frente Popular Revolucionario (FPR) y cooptar para su partido a los miembros más avanzados del bloque, lo que necesariamente pasaba por expulsar al grupo de militantes comunistas quienes, por su parte, denunciaban el carácter oportunista y corporativo del PCM(ML) e insistían que la construcción asamblearia debía conservar su independencia frente al Estado y al sistema electoral para construir una “verdadera alternativa” popular revolucionaria. Finalmente, el PCM(ML) también fue expulsado del bloque.

Una vez depurado el bloque, sus integrantes comenzaron a discutir la necesidad de tener una línea política definida que permitiera la construcción de una “organización de masas populares” y establecerse como una “alternativa” al oportunismo imperante en las organizaciones que se reivindicaban comunistas. Con ello, se fundó una organización que denominamos Frente Oriente, proletario y combatiente!! –como claro deslinde con el programa y las perspectivas del #YoSoy132– que ya no era un frente, sino una organización que pretendíamos de vanguardia. Así, tratamos de dotarla de una estructuración organizativa, pero incorrecta, pues nos mantuvimos como una “vanguardia” desligada de las asambleas populares. O sea, por un lado, la organización de vanguardia, y por el otro, las asambleas populares como entes autónomos que recibían la influencia directa de la vanguardia, pero sin ser parte de su estructura orgánica:

«Una vez constituido el Frente Oriente como organización, nuestra actividad política se centró en el impulso, creación y organización de Asambleas Populares en la zona oriental del Valle de México. (…) En los hechos, estas asambleas fueron creadas únicamente en colonias populares donde aglutinábamos a colonos a partir de demandas y reivindicaciones inmediatas, economicistas, pues fue ese el planteamiento metodológico que implementamos para su desarrollo (…). Es decir, pretendíamos desde una perspectiva etapista y economicista, arribar aparentemente a un nivel de conciencia tal que se pudiese, desde esos espacios y sin la participación de una estructura propiamente revolucionaria –pues no se plantea en este momento la conformación del Partido Comunista como una necesidad inmediata– “dotarles de contenido revolucionario”, además de prepararlas para una lucha insurreccional y, a pesar de los planteamientos que reivindican un contenido revolucionario de nuevo poder, la finalidad de éstas era puramente reformista (…) Durante dos años implementamos este trabajo político el cual, ante nuestra incomprensión del marxismo, ante nuestra inoperancia política y ante nuestro evidente fracaso en el intento de elevar la “consciencia revolucionaria” de los colonos –no proletarios–, lo sometimos un balance autocrítico por quienes en ese momento conformábamos el Frente Oriente y, al encontrarnos con una política abiertamente reaccionaria, decidimos conscientemente dejarlo y entrar en un proceso de rectificación, situación que hizo que algunos militantes en desacuerdo abandonaran la organización.»1

En este sentido, se evidencia –a partir del desarrollo mismo del Frente Oriente– la forma en que lo que se ha hecho pasar por marxismo guía la práctica de las organizaciones comunistas en el Estado mexicano, aún éstas posean una actitud de auténtica honestidad revolucionaria, lo que no es suficiente para lograr la apertura de un nuevo ciclo de Revolución Proletaria Mundial (RPM).

Si bien es cierto que en el Frente Oriente no consideramos como elemento fundamental para el desarrollo revolucionario la necesidad de constituir el Partido Comunista en esa primera etapa que definíamos, ni mucho menos nos considerábamos a nosotros mismos como tal; sí considerábamos que en un plazo más o menos largo tendría que constituirse tal Partido. Pero ¿cómo sería esa constitución? No lo teníamos claro ni entendíamos qué era realmente el Partido Comunista; de esto se desprende que nos mantuviéramos en una posición anti-leninista en torno a la constitución del Partido Revolucionario de Nuevo Tipo creyendo que con el tiempo encontraríamos a otros comunistas para, todos juntos, realizar su constitución.

Nuestra falta de claridad política e ideológica –que se tradujo en un practicismo del peor tipo– evidenció que no teníamos opción alguna para mantener cierto grado de cohesión en nuestro colectivo y, desde luego en las asambleas populares, que estar todo el tiempo enfrentando problemáticas inmediatas como contenido de nuestra actividad; o sea, luchando todo el tiempo contra enemigos concretos en la gran lucha de clases: hoy luchando contra el alza de tarifas eléctricas, mañana contra la construcción de un complejo inmobiliario, pasado mañana contra el despojo de tierras a comunidades indígenas en algún estado vecino, o luchando por la presentación de desaparecidos y la liberación de presos políticos. Pero nunca percibimos resultados positivos ni por asomo. Jamás vimos que los elementos más avanzados de las asambleas populares –incluso quienes reconocían en el capitalismo el origen de todos los problemas de la sociedad y la necesidad de destruirlo– pudieran sacudirse este practicismo aberrante e incorporarse firmemente a lo que pensábamos era el “proceso revolucionario”; por el contrario, existía un autoengaño, un convencimiento de que lo que realizábamos abonaba a una futura e incierta revolución que debía transitar por estas etapas reformistas necesarias.

Sin embargo, una cosa era cierta: honestamente balanceábamos el esfuerzo que desarrollábamos y sólo mirábamos impotentes la imposibilidad de avanzar en alguna dirección, pues ni la dirección la teníamos clara. Fue por esta imposibilidad de comprender lo que hacíamos y hacia dónde nos dirigíamos que decidimos apostar toda nuestra energía a la formación de cuadros. Comenzamos a reflexionar sobre qué debíamos estudiar, cómo hacerlo y qué medios didácticos experimentar para lograr que nuestros militantes se interesaran por la lectura y tuvieran herramientas teóricas para enfrentarse a las múltiples coyunturas en las que nos embarcábamos. La formación de cuadros se convirtió en una tarea fundamental y obligatoria de nuestra colectividad, pues estábamos convencidos que dotaría a nuestros camaradas de la ideología comunista; sin embargo, siempre tuvimos resultados exiguos.

Errores, muchos errores que hoy pueden parecer sorprendentes, son habituales en las pocas organizaciones comunistas o marxistas-leninistas que aún subsisten en México; pareciera un mantra de “lo que todo comunista debe hacer...” tan difundido por el revisionismo hegemónico que con tanto éxito ha logrado contrarrestar la lucha comunista revolucionaria. Ciertamente, en el contexto al que hacemos referencia, la LR y su recuperación del carácter universal del marxismo-leninismo era totalmente desconocida en México; situación que hizo más complicado superar los problemas que presenta el movimiento comunista local. Es por ello que resulta sorprendente que, a pesar de contar la LR con una ruta histórica encomiable en el Estado español, la LOD proponga un escenario tan atrasado como revisionista, similar al que vivimos en estos años de espontaneísmo político-organizativo del Frente Oriente.

A la LOD quizá le pudiera parecer que el Frente Oriente no iba tan mal, pues la propuesta de los escisionistas es acercarse a la ideología desde la política que propone el enemigo concreto. Para ellos la ideología desciende de la política misma y, por consiguiente, la vanguardia marxista-leninista deriva de los problemas políticos que plantea todo el tiempo el resto de la vanguardia teórica y esto no es otra cosa que masismo, pues centran las problemáticas inmediatas de la vanguardia teórica como contenido de toda su actividad rechazando con ello revolucionar a esas masas. Tampoco verían tan mal el esfuerzo formativo que implementó el Frente Oriente en función de sus necesidades prácticas del momento.

El Frente Oriente, particularmente en los años 2013 y 2014, realizó importantes campañas políticas que, en cierto sentido, “sacudieron al movimiento”: en el año 2013 se enfrentó a un duro proceso represivo producto de su abierta confrontación política con el gobierno de la Ciudad de México. El intenso trabajo de activismo político, tomas de medios de comunicación nacionales, liberaciones de carreteras federales, bloqueos viales, manifestaciones callejeras e impulso constante de asambleas populares, trajo a nuestro colectivo una enorme proyección mediática que permitió atraernos varios elementos de vanguardia que se incorporaron a la organización. El resultado fue una intensa persecución política que terminó en el encarcelamiento de siete camaradas de la organización. La respuesta y la presión popular en favor de los presos políticos logró ponerlos en libertad con rapidez, sobre todo porque les imputaban delitos equivalentes al de terrorismo. Este periodo de intensas campañas políticas nos convirtió en un importante referente local “de resistencia”. En el año 2014, con la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, en el sureño estado de Guerrero, el Frente Oriente logró estallar diversas acciones en la capital del país y colocó un Plantón Nacional en apoyo a los normalistas desaparecidos. Esto permitió la proyección nacional de nuestra “lucha de resistencia” y logramos expandir nuestra presencia a los estados de Guerrero y Puebla, allegándonos a nuevos camaradas avanzados de esos lugares; encallados en las viejas prácticas del revisionismo, logramos establecernos en dos frentes estatales: el Movimiento Popular Guerrerense, en el sur del país; y el Frente de Organizaciones Sociales y Políticas de Puebla, en el oriente. Ante este panorama, en ese momento considerábamos que estábamos en el “camino correcto” para aglutinar más fuerzas de vanguardia que en el mediano plazo nos permitiera dirigirnos hacia el proletariado y constituir un referente de vanguardia. Seguíamos estudiando con todos nuestros camaradas, abriendo círculos de estudio especiales que atendían la formación de acuerdo a tareas concretas: en el magisterio se implementó un programa de “formación sindical y pedagógica”; con obreros petroleros, un programa de “sindicalismo revolucionario”; en las comunidades indígenas, programas con temáticas sobre despojo comunitario y organización comunitaria, etc. O sea, lo que considerábamos sus “necesidades concretas” buscando “armonizar” la “situación ideológica” con miras a conformar lo que en esa época denominamos “polo revolucionario” con la finalidad de “avanzar” en la “revolución”. Ciertamente estábamos inmersos en un clima de “fervor militante”, situación que sin duda complacería sobremanera a la LOD.

Empero, ningún avance hacia la revolución, simplemente el afianzamiento de “programas mínimos” en las asambleas populares y en los espacios frentistas en que impotentemente creíamos incidir: entre más claridad parecían tener los camaradas del Frente Oriente, menos actitud revolucionaria tenían “nuestras masas”; entre más queríamos hablar de revolución y de la necesidad de constituir el partido, “nuestras masas” más se hundían en la gestión gremial y en la reforma del Estado. Un fracaso total para nuestras más “entusiastas” pretensiones revolucionarias. La abierta crisis ideológica a la que nos enfrentábamos –sin ser totalmente conscientes de ella, ciertamente– no sólo no se resolvió, sino que se derrumbó totalmente y todo lo que habíamos avanzado, lo terminamos perdiendo irremediablemente.

Claro está que, con sus debidas proporciones, lo que la LOD hoy nos presenta con aires novedosos, no significa otra cosa que revertir los innegables logros de la LR a un plano de aberrante revisionismo que nosotros mismos experimentamos en el pasado. Nosotros impulsamos conscientemente las “grandes campañas políticas” con la finalidad de sacudir nuestro movimiento; y en ese tenor impulsamos planes de formación en el marco de tareas concretas con finalidad de afianzar la ideología en nuestros camaradas. Pero todo esto fracasó rotundamente. Ciertamente, nuestra perspectiva estratégica era en absoluto deficiente; sin embargo, el desarrollo de estas tareas pos sí mismas no nos acercaron a cierta claridad, sino que nos hundió en una profunda derrota postrándonos a la cola del revisionismo que, finalmente, sí aprovechó nuestros planes de formación, pero en beneficio de sus pretensiones facciosas y de grupo.

Lo que la práctica revisionista del Frente Oriente terminó demostrando es que esta práctica de ir poniendo cara contra enemigos concretos, lo que hace es situar a dichos enemigos como la verdadera vanguardia del proceso; esto es, desplazando a la vanguardia marxista-leninista de su posición principal en la contradicción e invirtiendo el papel secundario de la vanguardia teórica no marxista-leninista en principal.

El CxR siempre ha advertido con particular insistencia sobre el peligro que acarrean estas prácticas y su rechazo en función de las condiciones en que se encuentra el sujeto revolucionario, a la correlación de fuerzas entre revolución y contrarrevolución en la sociedad en general y entre la vanguardia teórica en particular, hechos que determinan una serie de tareas objetivas para el desenvolvimiento del proceso revolucionario. Ciertamente, quienes militábamos en el Frente Oriente obviamos las condiciones en que desplegamos nuestra lucha de resistencia; esto es, no comprendimos que nuestro grupo formaba parte de una vanguardia aún no escindida de las prácticas y nociones revisionistas; por lo tanto, nuestros planteamientos estaban adscritos a los principios del revisionismo por completo. Esto explica en cierto sentido que nuestra actividad no tuviera un horizonte más allá de lo que la “tradición histórica de lucha comunista mexicana” sostenía desde su honda perspectiva revisionista. Igualmente, carecimos de un análisis objetivo sobre la correlación de fuerzas entre revolución y contrarrevolución en general, por lo que nos situamos voluntariamente, desde nuestra ignorancia, en el terreno de la contrarrevolución. Nunca logramos intuir siquiera la contradicción en el seno de la vanguardia –vanguardia marxista-leninista y vanguardia teórica– lo que imposibilitó el establecimiento de una correcta línea de masas de acuerdo a la etapa de la revolución de defensiva política estratégica. La experiencia de más de dos décadas –hasta ese momento– de la LR en el Estado español era absolutamente desconocida para nosotros; no obstante, sí logramos intuir que lo que desarrollábamos estaba plagado de errores e inconsistencias que hasta ese momento –y bajo la deficiente formación de cuadros que impulsamos– no comprendíamos a cabalidad, y así fuimos impotentes para establecer la justa correlación de nuestras actividades dentro de las problemáticas de la Línea General de la RPM causando con ello un abierto desequilibrio en la jerarquía de las tareas objetivas que ordena el Plan de Reconstitución resultando de ello la subordinación de la conciencia proletaria a los vaivenes de la sociedad burguesa.

En este sentido, lo cierto es que nuestra anterior organización jamás tuvo en su horizonte, ni por asomo, los retos que exige la apertura de un nuevo ciclo revolucionario, es por ello que redujimos los problemas históricos de la RPM a una cuestión de construcción política-organizativa, sin trabajar profundamente en el desarrollo de la conciencia revolucionaria, subordinándola de hecho al empirismo imperante y al “juicio” de las “organizaciones políticas históricas” que conducen la política revisionista en México; justo como actualmente propone erróneamente la LOD, adscribiéndose conscientemente – no podría de ser otra manera– a una concepción del mundo ajena a la del proletariado revolucionario y que ha moldeado su conducta no de forma revolucionaria, sino sometida y subordinada a esas prácticas burguesas concretas (chismorreo, calumnias, tergiversaciones, etc. dirigidas contra el CxR, tal como lo revela el testimonio de A la zaga de la vanguardia proletaria), pues la elección de esta concepción del mundo burguesa ha sido un acto político consciente que toma la forma de liquidacionismo en detrimento del Movimiento por la Reconstitución y en favor de conservar la unidad ideológica burguesa que, particularmente dentro del movimiento comunista, se manifiesta como revisionismo que precisamente es cimentado y unificado por los intereses de la burguesía en el seno del movimiento obrero. Así lo hizo el Frente Oriente, así lo hace la LOD; sólo que el Frente Orienta avanzaba desde el espontaneísmo hacia la Línea de Reconstitución, mientras la LOD retrocede desde la Línea de Reconstitución hacia el espontaneísmo.

Nuestra experiencia histórica dentro de las formas revisionistas de lucha nos muestra lo erróneo de “construir masas” a partir de lo político y de lo organizativo obviando o dando por supuesta –ya por omisión, ya por asentimiento– la ideología. La construcción de masas no puede producirse arbitrariamente en torno a una ideología cualquiera –en este caso a la ideología burguesa que se mimetiza en el movimiento revolucionario y se hace presente como sindicalismo, feminismo, etapismo, masismo o reformismo– por la “voluntad constructiva” de un grupo de personas que potestativamente deciden “transformar” su realidad siguiendo los impulsos espontáneos de las masas. Por todo ello se revela como fraudulenta la noción de que la lucha por el comunismo se someta a la política de principio a fin como hace algunos años lo hiciera el Frente Oriente y como hoy lo propone la LOD. Por el contrario, como nos enseña la LR, el elemento decisivo de la nueva concepción del mundo es la ideología, punto de partida y de llegada de la actividad fundamental de la vanguardia.

Entonces, bajo este orden de ideas, nuestra experiencia en el Frente Oriente nos previene de que si el sujeto revolucionario no logra escindirse del movimiento obrero espontáneo, de la lucha de resistencia contra el capital, para acercarse y prestar la mayor de las atenciones a los problemas teóricos de la lucha revolucionaria de la clase obrera, siempre será presa de la tentación de suspender la lucha teórica y política –incluso antes de completar su formación en la teoría y en la lucha de dos líneas por la hegemonía del marxismo– para sustituirla por una actitud de acudir al terreno de la lucha en los sindicatos, lo que conducirá irremediablemente a una desviación derechista de la auténtica política revolucionaria proletaria. Sólo el profundo conocimiento y desarrollo de la ideología –cuestión que obliga a la vanguardia marxista-leninista comprender y desarrollar un acercamiento correcto y dinámico hacia la ideología revolucionaria con la finalidad de aprehenderla como concepción del mundo– nos puede situar en el camino correcto para reconstituir el marxismo como la ideología de vanguardia que es, pues el marxismo-leninismo exige romper con la filosofía primitiva del sentido común del proletariado y conducirle hacia una concepción del mundo cualitativamente superior. Es por ello que el contacto entre la vanguardia y sus masas desde la ideología como Weltanschauung se vuelve una exigencia irrenunciable pero, por una parte, ¿de qué forma la vanguardia se constituye en tal vanguardia?, ¿a qué masas debe dirigirse de acuerdo al plan de Reconstitución?

La conciencia burguesa que en la actualidad posee el proletariado y se traduce como “sentido común” (elemento que explica la hegemonía de la concepción del mundo burguesa dentro del proletariado) tiene consecuencias concretas: termina por unificarle de manera enajenada (p.e. en los estrechos límites de la lucha sindical o en el culto a la legalidad laboral) influyendo de forma determinante en su conducta tanto moral como política logrando con ello conducirle a la inacción, a la indecisión, generando con ello un estado de pasividad moral y política2. Bajo esta ideología impuesta es imposible que el proletariado pueda por sus propios medios adquirir conciencia crítica de sí mismo, problema que se han planteado los comunistas desde el ciclo revolucionario anterior. La respuesta fue la constitución de una vanguardia ideológica de extracción social burguesa que asumió y elaboró el socialismo científico revolucionario y lo introdujo en el movimiento obrero; o sea, se conjugaron dos elementos externos entre sí para la constitución del Partido: una intelectualidad burguesa portadora de la ideología comunista y un proletariado dedicado a su movimiento espontáneo. Entonces, bajo esta óptica, fue necesario que la ideología comunista fuera introducida desde fuera por un intelectual de nuevo tipo, portador previo de la ideología comunista de manera integral y que en el centro de sus esfuerzos estuviera, ciertamente, llevar hacia la clase obrera el horizonte emancipador del comunismo. Es el trascendental “desde fuera” planteado por Lenin en el ¿Qué hacer?3. Pero esta perspectiva, si bien permitía que el proletariado contara con una teoría revolucionaria asumida y elaborada desde el inicio del movimiento revolucionario, tuvo el inconveniente de que la adopción colectiva de dicha teoría nunca fue completa ni integral por parte de los sectores avanzados del movimiento obrero4.

No obstante, en la actualidad ya no es posible contar para la revolución con esos sectores intelectuales de extracción burguesa para introducir en el proletariado sus elaboraciones teóricas socialistas, estos abiertamente han desertado de esa función que en el ciclo anterior cumplieron5. Sin embargo, actualmente el problema sigue estando presente:

«La teoría revolucionaria, como suma del saber universal y de la síntesis de la experiencia de la lucha de clase del proletariado, no puede ser elaborada en el seno del movimiento obrero, sino fuera de él. Por tanto, sigue vigente el mecanismo de fusión de factores políticos externos que una vez transformó al proletariado en clase revolucionaria; pero, en la actualidad, el proletariado no domina esos factores (…). A la clase obrera se le plantea, pues, del modo más acuciante, un problema históricamente nuevo, que deberá afrontar y resolver con sus propias fuerzas y recursos, problema que consiste en suplir el papel de vanguardia ideológica que jugó en su día la intelectualidad burguesa. El obrero consciente de nuestros días debe elevarse hasta alcanzar la posición de depositario y guardián de la teoría, estudiando, elaborando y asimilando la ideología con el fin de cumplir con el primer requisito de la revolución, su fusión con el movimiento práctico»6.

Entonces, el conocimiento cabal y totalizador, así como el desarrollo integral de la única conciencia de vanguardia, el marxismo, por parte de estos obreros avanzados quienes buscan elevarse a la posición de vanguardia es el primer paso necesario para una ulterior autoconsciencia en la cual teoría y práctica de unen. Pero, aquí es necesario aclarar que la unidad teoría-práctica no es, de ninguna manera, algo que se construye mecánicamente, sino un devenir histórico que tiene su fase primigenia en el estudio, asimilación y elaboración de la ideología comunista que debe progresar hasta su posesión real y completa manifiesta como una nueva y revolucionaria concepción del mundo –Weltanschauung– coherente y unitaria. Sólo así los elementos más avanzados del proletariado podrán alcanzar la posición de vanguardia. Sin vanguardia no puede haber apertura de un nuevo ciclo revolucionario pues no existiría el verdadero nexo dialéctico entre teoría y práctica, no podría existir praxis. Es por ello que los planteamientos de la LOD ofrecen una tergiversación teórica al tomar por completado este nexo dialéctico de la praxis y, con ello, dando por culminada la aprehensión de la ideología como superior concepción del mundo; en cambio, pretenden arrojar a la vanguardia a la degradación absoluta de su tarea fundamental, pues sostener que lo político “espolea y da hondura” al aspecto ideológico desenmascara su intención de rebajar al elemento de vanguardia al nivel del obrero atrasado, enajenado y delimitado por la ideología burguesa y, finalmente, desnuda nítidamente todo el andamiaje de su actividad escisionista y liquidadora.

La LOD pretende llevar al Movimiento por la Reconstitución hacia la ruta del revisionismo atacando obscenamente al CxR, su vanguardia más consolidada, y ofreciendo al resto del movimiento puro practicismo pues, como hemos sostenido, pretenden eliminar la actividad de la vanguardia y su praxis manifiesta en su línea masas, tratando de evitar –sostenemos nosotros que de manera conscientemente– que ésta cumpla la fusión dialéctica contenida en la praxis revolucionaria proletaria en función de la apertura del nuevo ciclo revolucionario que, dicho sea de paso, está abriendo –no sin las dificultades de tan titánica labor– el Movimiento por la Reconstitución del Estado español como la expresión más elevada de internacionalismo proletario. Es así que al tratar de liquidar la fusión dialéctica de la unidad teoría-práctica, los derechistas buscan recargar la actividad del movimiento en la esfera de la práctica (en el terreno de los enemigos concretos de la gran lucha de clases) con la intención de frenar toda actividad teórica como requisito fundamental del practicismo que final e inevitablemente decantará en sindicalismo y resistencialismo.

¡Por la Reconstitución ideológica y política del comunismo!

Unión de Lucha Proletaria

Septiembre de 2024


Notas:

* La publicación original puede consultarse en: https://ulp.medium.com/espontane%C3%ADsmo-y-devaluaci%C3%B3n-de-la-teor%C3%ADa-revolucionaria-776915a5a70e ─Comité por la Reconstitución.

1 Unión de Lucha Proletaria. Entre los despojos putrefactos del revisionismo y la forja de un nuevo momento revolucionario, México, 9 de septiembre de 2022, pp. 21-22.

2 «El sindicato de hoy es algo más que mera correa de transmisión del capital en el seno del movimiento obrero, y la Aristocracia Obrera ya no puede ser contemplada como fracción social pequeñoburguesa. Ambos son organismos sociales de la gran burguesía, y su interés común radica en la correcta reproducción de las relaciones sociales capitalistas (…). En tanto que parte del Estado, la relación del sindicato con las masas es cada vez menos un vínculo militante y cada vez más una sujeción burocrática». PCREe, El sindicalismo que viene, Estado español, 2006, pp. 5-6.

3 «Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia [revolucionaria]. Esta sólo podía ser aportada desde fuera. La

historia de todos los países demuestra que la clase obrera está en condiciones de elaborar exclusivamente con sus

propias fuerzas sólo una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos,

luchar contra los patronos, reclamar al Gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc.

En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por hombres

instruidos de las clases poseedoras, por intelectuales. Por su posición social, los propios fundadores del socialismo

científico moderno, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa». Lenin, V.I. “¿Qué hacer?”, en Obras

Completas, tomo 6, Moscú, Editorial Progreso, 1983, pp. 32-33.

4 «En la fase de preparación del Ciclo de Octubre, la vanguardia ideológica del proletariado estuvo constituida principalmente por intelectuales de extracción social burguesa. Dominó el tipo de “ideólogos burgueses que se han elevado teóricamente hasta la comprensión del conjunto del movimiento histórico” que describieron Marx y Engels en el Manifiesto comunista. Esta vanguardia ideológica asumió y elaboró el socialismo científico y el programa revolucionario y los llevó al movimiento obrero, fundiéndose con él en forma de organización revolucionaria. La táctica de construcción partidaria durante el Primer Ciclo Revolucionario estuvo determinada estrechamente por esta circunstancia histórica. Tanto las organizaciones de la clase obrera que protagonizaron el periodo de acumulación de fuerzas (partidos de la II Internacional) como el partido de nuevo tipo que protagonizó el asalto al poder se construyeron sobre esa misma premisa histórica, premisa que definió una táctica de construcción política (constitución del Partido) basada en la asociación de dos elementos plenamente configurados, pero en principio externos entre sí. Los manifiestos ideológicos y los programas políticos de los revolucionarios eran debatidos, redactados y proclamados por los círculos marxistas y acercados posteriormente a la clase en su movimiento espontáneo. Esta mecánica de fusión de factores políticos externos tenía la ventaja para el proletariado de que la teoría revolucionaria, como algo asumido y elaborado, formaba parte integrante de su movimiento ya desde el comienzo. El inconveniente, sin embargo, consistía en que la fusión como clase revolucionaria de esos dos factores ajenos cristalizaba sobre todo en forma de organización, de aparato político (más agitativo que propagandístico y más propagandístico que teórico), mientras que el problema de la asunción colectiva de la teoría revolucionaria por parte de los sectores avanzados del movimiento obrero era abordado y resuelto de modo incompleto. Esto, naturalmente, supondrá el pago de un alto precio a largo plazo; pero, a la corta, la rápida implementación del movimiento revolucionario esclarecía cualquier duda, sobre todo cuando –como en el caso del partido que abrió el Primer Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial, el partido bolchevique– los acontecimientos históricos apremiaban –rápido ascenso de la revolución democrática y del movimiento obrero de masas en Rusia– y era preciso tomarles la delantera.» Partido Comunista Revolucionario, “La nueva orientación en el camino de la Reconstitución del Partido Comunista / I. Balance y rectificación”, op. cit., pp. 9-10.

5 «Se trata de las causas y las consecuencias que acompañan a aquel abandono de las posiciones de vanguardia de la intelectualidad burguesa que hemos resaltado como característico de nuestra época. No es que haya perdido vigencia la tesis marxista que explica este fenómeno del paso de ciertos sectores de la intelligentsia burguesa a las filas del proletariado, tesis que señala que “el proceso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan patente que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir”, sino que, sencillamente, esa “fracción” ya no ostenta, como en el tiempo en que esta cita fue escrita, el papel de vanguardia ideológica. Naturalmente, el proceso de descomposición del capitalismo y de su clase dirigente continúa. Quizá no haya mejor prueba de ello que el hecho de que ya no pueda gestionar el sistema sin el concurso de la aristocracia obrera. (…) la causa de fondo consiste en que esos elementos de procedencia burguesa no es que no quieran, es que ya no pueden adoptar la posición de la vanguardia ideológica. Por esta razón, la contribución de la intelectualidad burguesa a la causa de la Revolución Proletaria se hará significar más en etapas posteriores a la Reconstitución del Partido Comunista y en tareas relacionadas con la aplicación y el desarrollo, en su sentido amplio, de su Línea y de su Programa (y menos en la elaboración original de ambos)». Ibídem, pp. 13-14.

6 Ibíd., p. 10.